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Salimos del parque El Poblado a las 10:00 de la noche en el carro hacia el Cuchitril, un bar de música variada, que ese sábado 1 de agosto de 2015 hacía un homenaje a Julio Ernesto Estrada, mejor conocido como Fruko, por sus 50 años de carrera musical. El acto central sería un concierto en el que él y Afrosound, una de sus agrupaciones, prometían poner a bailar a los espectadores toda la noche.

El Cuchitril es una casa vieja, blanca, con una estatua de la Virgen María cerca a la puerta; no parece un bar sino una de esas casas abandonadas que se han deteriorado con el tiempo. Está ubicado en la glorieta de la av. Guayabal con la calle 10, no muy lejos del parque El Poblado, junto a un taller mecánico, es un sector solo, tanto que no parece que haya un bar por ahí. Dejamos el carro en un parqueadero cercano y caminamos hasta el local. 

Cuando llegamos a la taquilla compramos las boletas, recibimos un ticket con el que podíamos reclamar algo para tomar, nos pusimos las manillas, esas imposibles de quitar después, y entramos al bar.

“Nada es lo que parece” dije cuando caminábamos por un corto pasillo entre la puerta principal y la parte interna del local. Las mesas, las luces, la decoración, era acogedor, y traía a la memoria la escena de alguna película romántica en la que los protagonistas se besan bajo las luces  en una fiesta al aire libre.

Mientras Afrosound hacía la prueba de sonido ponían música para que entraramos en ambiente.

-          ¡¿Están listos para Afrosound?! – gritó el hombre efusivamente

-          Llamemos al maestro – dijo aquel hombre calvo para animar a las personas

-          ¡Fruko! ¡Fruko! ¡Fruko! – gritábamos todos al unísono

Un hombre alto, gordo, de 65 años de edad sube a la tarima con un poco de esfuerzo, le entregan un bajo que se acomoda rápidamente; las personas gritan, los ánimos suben, la emoción crecen. Todos sabemos quién es el hombre que se prepara a tocar, Fruko.

“¡Buenas noches!” exclama el maestro desde la tarima y Afrosound empieza a tocar La danza de los Mirlos. Es imposible no moverse, no sentir la música, no recordar diciembre con cada acorde que tocan.

Hay demasiadas personas en el lugar, tantas que no caben, todos se mueven, se empujan; todos bailan, aplauden y cantan cuando la canción se puede cantar. De repente suena El Preso, la canción de Fruko y sus tesos, ninguna jamás había pensado en escuchar esa canción en vivo,

La multitud sigue creciendo hasta el punto en el que nos empujan; no tuvimos opción y decidimos cruzar la puerta que divide el lugar, en cuanto la cruzamos el cambio de ambiente fue radical, una música suave se tomó el lugar, el viento y la brisa entraban por el techo descubierto y el calor que sentíamos tiempo atrás dejó nuestro cuerpo. En cuanto nos sentamos fuimos conscientes del cansancio que nos invadía, el sabor y la sabrosura del lugar hace que se olvide por completo que el cuerpo tiene sus límites, y el baile nos había dejado agotadas. Fue en ese momento que decidimos marcharnos, la noche había estado lleno de buena música, pero era hora de descansar.

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